Ciudadela de Carcassonne - 2025
Agradecimiento: Kind Regards (Audra, Guillem, Alba y Laura)
A cualquiera que esté familiarizado con historia de la arquitectura le han hablado de Viollet-le-Duc, el emblemático (y a veces polémico) arquitecto restaurador francés del siglo XIX, que fué la figura antagonista de John Ruskin en la teoría de restauración. Su filosofía básicamente era en que los monumentos que intervenía debían tener la gloria y majestuosidad de su mejor momento de la historia, incluso si nunca existió este momento en verdad. La Ciudadela de Carcassonne es su obra más extensa de restauración, consta de una fortaleza con doble muralla y cincuenta y seis torres defensivas, lo que la posiciona como el complejo amurallado con más torres conservadas del mundo. Es además un museo de arquitectura militar medieval y un núcleo urbano vivo, con habitantes reales que condensa mas de mil años de historia.
La historia de esta fortaleza es demasiado antigua para establecer una fecha con certeza. Su ubicación estratégica, elevada sobre una colina que domina el valle del río Aude y cercana a rutas de comercio entre el océano Atlántico, el mar Mediterráneo y la península Ibérica, hizo que fuera un punto de interés desde aproximadamente el 800 a. C. Se estima que las primeras fortificaciones en esta montaña fueron erigidas por el Imperio romano cerca del siglo VI a. C. Fueron ellos quienes dieron el nombre de Iulia Carcaso a este recinto.
En los siglos venideros, la ciudad fue escenario de muchos asedios y batallas. Se sabe que los visigodos la conquistaron en el siglo V, tras la caída del Imperio romano, y también reforzaron la fortificación del asentamiento, que defendieron de asedios orquestados por los sarracenos y, más tarde, por los francos. Ya en el siglo VIII, la ciudad fue ocupada por el Emirato de Al-Ándalus, aunque su dominio fue breve, ya que en el año 759 los francos los expulsaron y tomaron el control de la ciudad. Después de esto, fue disputada por diferentes dinastías del ámbito franco, como los carolingios y el vizcondado de Trencavel.
Aproximadamente entre los siglos XII y XIII, se sabe que Carcassonne fue un punto de fuerte influencia de los cátaros, quienes eran una facción del cristianismo que se caracterizaba por tener una visión radicalmente diferente del universo y unas creencias de base dualista. Rechazaban el materialismo y el sistema feudal, y criticaban la riqueza del clero, por lo que se ganaron la enemistad de la Iglesia católica y fueron perseguidos y exterminados hasta su desaparición.
La ciudadela fue también asentamiento cruzado y, finalmente, en el siglo XIII se incorporó formalmente al reino de Francia, funcionando como un enclave estratégico contra el Reino de Aragón. Sin embargo, después del siglo XVII comenzó a perder importancia estratégica por dos razones fundamentales. La primera fue el Tratado de los Pirineos en 1659, que modificó las fronteras del reino de Francia y las extendió hacia el sur, de modo que Carcassonne dejó de ser un punto fronterizo y su importancia defensiva pasó de estratégica a casi nula. En segundo lugar, la tecnología bélica había evolucionado considerablemente: la artillería de largo alcance y la creciente potencia de la pólvora volvieron obsoletas las fortificaciones defensivas.
A partir de entonces, la ciudad se fue empobreciendo y abandonando hasta quedar convertida en una ruina, mientras la vida se trasladaba al nuevo núcleo urbano fuera de las murallas y la ciudadela se convirtió en una zona marginal poco atendida.
Después de un largo período de abandono, en el siglo XIX, gracias al auge del romanticismo y a la influencia de Victor Hugo y otros intelectuales de la época, el interés por las ruinas, castillos y murallas volvió a formar parte de la cultura occidental. Una ruina tan monumental como la Ciudadela de Carcassonne no pasaría desapercibida. El complejo recobró atención gracias a la inspección realizada por Prosper Mérimée, renombrado inspector de monumentos históricos en 1834, quien quedó impactado por la complejidad y la escala de la ruina y declaró decididamente que debía ser rescatada del estado lamentable en que se encontraba. Este proyecto cayó en manos del entonces joven arquitecto Viollet-le-Duc, que emprendió una de las restauraciones más largas y controvertidas de la historia.
En ese entonces, la ciudadela era una ruina con un alto nivel de deterioro: las murallas se utilizaban como corrales para animales, muchas partes se habían derrumbado o habían sido dañadas por los habitantes del lugar, y las cubiertas habían desaparecido casi en su totalidad debido a las filtraciones y la falta de mantenimiento. Tampoco existía una cultura de respeto hacia los monumentos, por lo que no había ninguna regulación sobre el uso e intervención de las edificaciones ni de los elementos defensivos. Viollet-le-Duc comenzó una restauración que duraría décadas, en la que se reconstruyeron partes enteras del complejo, se rehicieron todas las cubiertas y se unificaron estilos para darle coherencia estética a todo el conjunto. Se eliminaron edificaciones interiores, como viviendas adosadas a la muralla, talleres y ampliaciones domésticas. También se agregaron elementos defensivos como puentes levadizos y matacanes. En general, se llevó a cabo una romantización medieval del castillo para expresar con mayor contundencia el espíritu de la época.
Es cierto que esta restauración recibió muchísimas críticas por parte de profesionales del ámbito, quienes alegaban que se habían utilizado materiales ajenos a la tradición y que, básicamente, el proyecto había sido una interpretación idealizada de la arquitectura medieval, pero no fiel a lo que pudo haber sido históricamente en la realidad. Sin embargo, esa era precisamente la filosofía de Viollet-le-Duc: darle la gloria que el edificio quizás nunca tuvo. Es cierto que lo que vemos hoy es una interpretación un tanto autoritaria de su parte; sin embargo, esta intervención le devolvió el valor a un complejo que pudo haber sido demolido. Creó un monumento nacional que hoy es un emblema de la arquitectura medieval francesa y fue pionero en proponer una intervención con unas características y un nivel de dificultad nunca vistos. Por ello pasó a la historia, ya que su actuación forma una parte muy importante del relato.
Viollet-le-Duc también intervino en la Basílica de Saint-Nazaire y Saint-Celse. Aunque no la restauró de forma tan profunda o creativa como las murallas, fue más respetuoso y se trató de un trabajo de consolidación y aseguramiento de la permanencia del templo en el tiempo.
En lo personal, me siento profundamente inspirado por la belleza del complejo y por la sensación de que hoy en día se puede caminar por un lugar con una historia tan extensa y compleja. Si bien es cierto que en algunos momentos se siente que está demasiado comercializado o turístico, hay que entender que, para nuestra sociedad, la única manera de asegurarse de que un complejo monumental de esta magnitud pueda ser correctamente preservado y divulgado se basa en la financiación a través de las visitas turísticas. Debo decir que se ha hecho un excelente trabajo de museización del conjunto: cada parte está explicada en detalle mediante infografías y la exposición de elementos históricos cuidadosamente conservados.
Es fabuloso poder ver realizada una obra de esta magnitud y, por un breve rato, ponerse en los zapatos de Viollet-le-Duc, quien pudo traer a la realidad su visión ideal del castillo medieval francés y que, orgullosamente, se ha convertido en un símbolo de este tumultuoso período de la historia de Europa. Me gustaría ahondar más en muchos temas históricos, pero en esta vida hay que ser prácticos y, para que el lector pueda concluir este artículo, hay que parar en algún momento. Al menos espero haber estimulado la curiosidad y la creatividad para que cada quien complemente la información expuesta con las muchísimas fuentes mejor documentadas que este blog.
Fotografías por Emilio Fernández